Cuando crecí fueron mis mejores amigos. Me ayudaron porque sus historias después me dieron amigos de carne y hueso; además de mejorar mi propia historia y ayudarme a encontrar que debía buscar mi Leyenda Personal. 
Las ferias del libro son un momento especial. Le dedican un espacio sagrado en la ciudad y los que –como yo– han desarrollado una amistad con las letras se reúnen para saludarlos a todos. A veces te animas e invitas uno o dos a ir contigo hasta tu casa.... otras simplemente admiras a los que, desde el estante, presumen la novedad, los recuerdos, las batallas que no siempre se ganan...
Siempre es bueno ir acompañado. Así puedes comentar con alguien más lo que descubres o lo que te gustaría que te descubriera. Pero no siempre es posible. Esta vez pude ir en tres ocasiones con un amigo entrañable. No compramos mucho (creo) pero nos divertimos bastante y comentamos algo que, sin duda, es elemento primordial de una feria del libro: los libreros.
Seres de otro planeta. Gente tan amigada con los libros que son capaces de –como en el facebook– recomendarte un nuevo amigo ya que te llevas aquél. No lo saben todo, pero lo poco o mucho que conocen lo ofrecen adornado con la mejor sonrisa y la atención de quienes saben que cuidarás a quien se va contigo. 
Su actitud me resulta interesante. De hecho, esta vez tuve el honor de ser confundido dos veces con uno de ellos. ¿Será que estaba muy bien disfrazado? Son buenas gentes que sólo quieren que te hagas amigo y conozcas aquello que, durante mucho tiempo, han estado viviendo, que está en sus venas: las letras. 
Y ahí vamos. Hoy tengo dos libros que había buscado hacía tiempo entre las ferias... pero sobre todo, me queda la impresión de que la siguiente feria, la grande, será buena. Digo, dentro de todas las malas noticias que han habido últimamente, las letras siguen siendo un consuelo. Seguimos siendo amigos, pues.
 
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